Por Luis Felipe Rodríguez Palacios
Aquí la parte 2, en donde hablábamos sobre los antiguos puestos del mercado de 1889.
El mercado había sufrido varios percances, entre otros, un ventarrón se llevó el techo que era de láminas, en esa ocasión una de las vigas cayó sobre el refrigerador de la carnicería “El Pavo” de don Graciano Ruiz, también hubo destrozos en otros comercios. Uno de ellos sucedió en 1950, don Pancho Téllez lo tiene muy presente por ser uno de los afectados, recuerda que fue la noche del día en que se festejó a la Virgen de la Luz, a la medianoche, viviendo en la calle de Sollano escuchó que fueron a avisarle a otro compañero o que vivía enfrente y decir que el mercado estaba incendiado; fue rápidamente, pero todo era inútil, el incendio había consumido ya los locales de la parte oriente y sur del mercado. Fue una tragedia que, si no cobró vidas, sí terminó con no pocos patrimonios.
Pancho Ruiz recuerda haber escuchado que su papá don Chano le comentó que los padres oratorianos participaron activamente en esa desgracia pues, en cuanto se dieron cuenta del incendio, estuvieron llamando a rebato con las campanas del oratorio y enviando a sus seminaristas a ayudar colaborando en poner a salvo mucha de la mercancía que corría peligro salvando el patrimonio de algunos comerciantes.
Cuando fueron informados que se derruiría el mercado para levantar ahí la plaza cívica actual, mucho, por no decir que todos, se inconformaron, pero todo fue inútil. Les ofrecieron que levantarían uno más amplio y más funcional y que mientras se llevaban a cabo las obras se les “daría permiso” de instalarse provisionalmente en las calles de Insurgentes y Mesones.
A regañadientes algunos empezaron a cambiarse y sin haberse salido todos se iniciaron las obras. Muchos, no teniendo otra forma de empleo ni medios para conseguir construir un espacio en otro lugar siguieron en el lugar. Omito el nombre de una viejecita quien siguió en su lugar de siempre ya sin techos el mercado, y, lo peor, sin compradores, ya no fue necesario reubicarla pues el creador la llamó a su seno.
Las fondas se instalaron afuera de la Santa Casa, había puestos en todo Insurgentes desde la Soledad hasta la Biblioteca Pública, las carnicerías estaban entre Loreto y Reloj; se llenó de puestos la plazuela de Zaragoza y Pepe Llanos y la calle de Mesones, el lado de San Francisco desde Juárez hasta Reloj. Ese cambio perjudicó a muchos pues con puestos improvisados, a la intemperie, sufrieron las de Caín. Algunos pudieron ubicarse en otro local rentado o propio.
Particularmente los que se encontraron en las orillas perdieron clientes.
Como era de esperarse, el nuevo inmueble no fue entregado a tiempo ni mucho menos era mejor. La plaza Cívica se inauguró el 21 de enero de 1969 ¿y el mercado? Que los comerciantes se esperen, pues lo fue hasta el 16 de septiembre de 1970. Lógicamente fue insuficiente, por desgracia quienes se quedaron en Insurgentes sufrirían otro incendio a finales de los 80.
El anterior mercado “Ignacio Ramírez” fue inaugurado el 16 de septiembre de 1889 por el jefe político don Homobono González, sí, era una obra más de Don Zeferino Gutiérrez el responsable de la torre parroquial, la cúpula de las monjas y muchos edificios más. Don Zefe usó el espacio que ocupaba la Plaza de la Soledad. La enorme columnata exterior era de cantera negra estilo toscano, varias de ellas hoy todavía se pueden admirar y otras que adornan… bueno, eso es otra historia. En el interior, las columnas eran de tabique, pero del mismo estilo. El techo de lámina que, ciertamente fue alguna vez “lo que el viento se llevó” pero eso tenía solución pues la estructura era muy sólida, en el centro había una fuente y un enorme libro abierto dibujado por don Lorenzo Barajas donde retrató al “Nigromante” don Ignacio Ramírez, algunos datos biográficos y versos del político sanmiguelense. Después, como ya se dijo, se levantó la imagen de la Morenita, probablemente en el centenario de la promulgación del dogma mariano, en 1954.
Don Pepe López Espinosa escribió que el mercado nunca lució muy limpio, aunque suena mal, es cierto. Dicen que la verdad no peca, pero incomoda. Don Franco Barajas en sus Viñetas sanmiguelenses lo dijo así: “San Miguel de Allende es una ciudad sucia, ése es su lado negativo y subraya: “…es sucia porque sus habitantes no tienen hábitos de limpieza”. No es que quiera ofender a los comerciantes pues los dos escritores citados, al último se refieren a toda la ciudad. Es más, Franquito asegura que era una frase común: “échalo a la calle”. Muchas cosas han cambiado y muchas deberían conservarse. Cada uno, en su trinchera, debemos hacer algo porque al final de cada día sintamos que nuestro esfuerzo diario valió la pena.
Algo en lo que no debemos arriar banderas es luchar por lo nuestro. Los comerciantes fueron sorprendidos y atracados. Se les destruyó su centro de trabajo por un acto arbitrario de la autoridad que contó con debilidad o complicidad de líderes venales o, por la falta de solidaridad de sus coterráneos. Se les cambió por un edificio que, con todo respeto, no puede ni compararse con el anterior. Las autoridades no deberían actuar por ocurrencia y mucho menos por intereses personales. Una de sus primeras funciones debe ser escuchar al pueblo y una obligación es mantener bien abiertos los ojos y no dejarse deslumbrar con espejitos u obras de ornato ni dejarse despojar de esa rica herencia que le ha dado a nuestra ciudad un perfil propio. Seamos lo suficientemente críticos para que sea el interés general el que predomine y no la opinión del “capitán” que la presida.
«Amicus Plato sed magis amica veritas». Locución latina cuya traducción literal es: Platón es (mi) amigo, pero la verdad (es) más (mi) amiga. (Citada por Ammonio en su obra La Vida de Aristóteles).
Don Xavier Rodríguez Córdova me publicó este artículo en su revista “Ciudadano informa” Nos. 215 y 216 en marzo-abril de 2013.