Jacarandas de esperanza

Por Sal Guarino

Por haber crecido en Brooklyn, Nueva York, y tras haber pasado muchos de mis años de juventud en el Hudson Valley en el estado de Nueva York, llegué a disfrutar la carga colorida que trae el follaje de otoño en esas tierras. La costa noreste de Estados Unidos produce un vasto collage anual de admirables tonos rojos, naranjas vívidos y amarillos soberbios, lo cual señala la transición del hermoso y cálido verano al largo y frío invierno, atrayendo a miles de turistas cautivos que se maravillan con su brillo. 

Gracias a la belleza de aquellos hermosos desplantes de color otoñal, eventualmente terminé en el sur de California en 2009. Fue ahí donde por primera vez experimenté el vivaz violeta de las jacarandas. Siendo plantas nativas de Argentina y Bolivia, no me sorprende que hayan sido exportadas tan al norte como fuera posible, incluyendo partes de Florida, Texas y California. La soberbia visual de estas maravillas naturales es suficiente para sorprender incluso al paseante menos observador, pero aun así, las tumultuosas circunstancias personales que me llevaron a conocer por primera vez esta maravilla morada de la obra de Dios hizo de mi experiencia algo memorable y significativo. 

Siempre he sido un individuo resistente que ha sabido soportar desde que era joven la muerte inesperada de algunos de mis familiares y otros obstáculos psicológicos, aunque tuve que enfrentar el periodo más difícil en mi vida justo después de llegar a California. Después de divorciarme de mi pareja de 17 años, me mudé a la costa oeste para perseguir una necesaria y posiblemente lucrativa oportunidad laboral: la posibilidad de reagruparme y crecer. Un año después, sin embargo, me dejó mi nueva pareja a quien había empezado a apreciar realmente. Ella fue una especie de paracaídas temporal que me ayudó a amortiguar la devastadora caída que implicó el divorcio y la consecuente separación geográfica de mis hijas. También, simultáneamente, perdí la oportunidad laboral que me había llevado a California. 

Pagos imposibles de pensión alimenticia y la sensación de sentirme como la locomotora de un tren que acaba de estrellarse contra una pared pero que sigue siendo propulsada hacia adelante por la inercia de los carros traseros, me vi obligado a aceptar un trabajo medianamente satisfactorio de ventas en línea, trabajando en una oficina en Los Ángeles, a más de 100 km de casa. Conociendo el tráfico en el sur de California, tenía que salir a trabajar a las 5:15am todos los días, lo cual era un hecho desalentador que sólo añadía pesadumbre a la sensación de aislamiento que ya de por sí pesaba horriblemente sobre mí. Sin esposa. Sin novia. Hijas a la distancia. Y un trabajo aburrido, en una oficina vieja y oscura, que además no me mantenía a flote económicamente. 

Después de una primera mañana en la que trataba de adaptarme a mis sentimientos acumulados de pérdida colosal y a la decepción de comenzar un trabajo sin sabor en una oficina sombría, acogí con gusto el descanso para almorzar. En la corta caminata a la lonchería, le eché un breve vistazo a una calle lateral y no creí lo que vi. Sorprendido, me paré en seco. Hojas de un fascinante color morado, brillantes y rebosantes amplificaban el sol californiano. ¡Esa fue la primera vez que vi una jacaranda, y el momento no podía ser mejor! El insoportable peso de mi franca depresión se vio inmediatamente aligerada por el repentino renacer de mis sentidos al contemplar esta maravilla silenciosa y cautivante. Si bien ese respiro emocional fue pasajero, disipándose tan pronto como había llegado, el surgimiento momentáneo de gozo sensorial había despertado mi espíritu y cambió la dirección sombría que hasta entonces seguía mi vida. Había descubierto algo puro y nuevo que me llenaba de alegría. Al regresar del almuerzo, sentí un atisbo de entusiasmo tan solo al pensar que podría descansar un momento de regreso al trabajo para que mis ojos exhaustos y mi triste espíritu contemplaran mi recién hallado oasis. 

Afortunadamente pude salir de ese periodo oscuro en mi vida y logré asentarme y establecer una red de grandes amigos en el sur de California durante los siguientes 13 años. Cada mes de mayo, cuando las jacarandas florecen, contemplaba su majestuosidad y recordaba con cariño cómo me habían ayudado a darle un giro de 180 grados a mi vida. Era fascinante para mí tomarme un descanso anual para regocijarme en su cautivante esplendor y reconocer con agradecimiento que la alegría se había vuelto mi sentimiento base. Las jacarandas se volvieron un símbolo de esperanza, optimismo y euforia que me hacían recordar con fuerza que nunca jamás tendría que volver a sentirme espiritualmente estancado y emocionalmente discapacitado.

Cuando empecé a viajar en 2020 de California al Bajío, ida y vuelta, para ver a quien eventualmente sería mi esposa, me sentí maravillado por constatar que las jacarandas acá fueran incluso más coloridas e impresionantes que las que se encuentran al norte de la frontera. Y además florecen antes, por lo que durante los años en los que me terminaba de establecer en San Miguel, pude disfrutar de la experiencia dos veces al año –una dosis doble de gratitud por llevar una buena vida. Incluso tuvimos la suerte de casarnos en la ciudad de Guanajuato en la primavera de 2022 en una antigua hacienda cubierta de jacarandas en flor. ¡Qué ironía y qué alegría fue todo aquello!

Sentado en la sala de mi hogar, escribiendo en una hermosa mañana de domingo, una jacaranda enorme y fluorescente cubre nuestro patio, haciéndome guiños al otro lado de la ventana. Me siento agradecido por contemplar que se encuentra en un lugar en el que es tan fácil admirarla y por ser un recordatorio inamovible de la alegría en mi corazón que eternamente le agradecerá su belleza. 

*¿Tienes alguna anécdota personal sobre tus símbolos de esperanza o historias de resistencia que quisieras compartir? Yo estoy seguro de que la alegría que se comparte es una alegría doble, así que por favor, no dudes en contactarme. ¡Gracias! Sal – *

Sal Guarino

Nacido en Brooklyn, Nueva York, ahora vive en el centro de San Miguel junto a su esposa mexicana. Sal siempre pone sobre la mesa un vasto juego de experiencias vivenciales. “¡SALudos de San Miguel!” es su forma de compartir la alegría de vivir en San Miguel a través de una lente de agradecimiento y pensamiento positivo. El primer libro de Sal, “SALutations”, fue publicado en 2018. Contacto: salguarino@gmail.com