SALudos de San Miguel: ¡Mi mayor victoria!

Por Sal Guarino

Supongo que mi abuelo, Gerardo Guarino, experimentó una diversidad de intensos sentimientos cuando hizo su viaje de varios días, seguramente aterrador pero repleto de esperanza, en un lento barco de vapor de Nápoles, Italia a la Isla Ellis en 1923. Llevando consigo tan solo un baúl negro que contenía algunos artículos personales y los sueños desesperados de una familia ansiosa por encontrar una mejor vida, estableció sus raíces, ahora ya centenarias, en Brooklyn, Nueva York. Si bien las tristes y pobres condiciones de vida del sur de Italia ayudaron a convencerlo de embarcarse en un viaje tan aventurero y peligroso, su valiente personalidad fue determinante para lograrlo. Su soberbia intuición le enseñó que una apuesta tan enorme era su única posibilidad. Sin importar que su entrada inicial al juego fuera pequeña, era el momento de subir la apuesta para poder entrar al crisol cultural de Estados Unidos.

La mentalidad de mi nonno de jugársela toda instaló a mi familia en tierra firme en Nueva York más de cien años atrás, y esa disposición siguió manifestándose en su descendencia. Mi padre, después de titularse como contador público (que le tomó ocho años de clases vespertinas en tanto mantenía un trabajo de tiempo completo y ayudaba con las labores de casa), decidió dejar ese camino seguro para emprender una carrera como vendedor, una audaz movida que resultó exitosa. Otros descendientes de Gerardo hicieron lo que pudieron y más para sobrevivir –aprendieron oficios, empezaron sus propios negocios, crearon familias, siguieron soñando a lo grande, arriesgándolo todo sin preocuparse por los detalles. La ética audaz e idealista que siempre motivó a mi abuelo a buscar el premio mayor influenció a la mayoría de sus descendientes, y en especial prendió la llama del espíritu de su nieto menor, que resultó ser el más propenso a jugársela por el todo o nada, desde mi más temprana edad.

Yo era un buen estudiante cuando niño y me complacían las predecibles rutinas de trabajo duro y las felicitaciones que le seguían. También sentía la añoranza incansable de creer que algo más grande y más emocionante me esperaba siempre unos pasos más adelante. Recuerdo haber apostado todas mis canicas emocionales a la edad de 12 años cuando de manera cuidadosa pero peligrosa, manejé la situación con mi primer amor (también de 12 años), haciendo que dejara a su novio de 16 años de edad. ¡Una de mis primeras grandes victorias! Y muchas más seguirían siempre que de manera consistente consentía mi insistente ansía de logros mayores: dejar en pausa mi licenciatura para pasar una emocionante e iluminadora temporada en Wall Street cuando tenía 20 años, cambiar de velocidad poco después para comenzar una carrera como uno de los más jóvenes consejeros sobre adicciones certificado por el estado de Nueva York, procrear dos hijas en mis veintes, administrar una nueva compañía de internet cuando tenía treinta años, y eventualmente escribir un libro; estas fueron algunas de mis apuestas más notables, rindiéndole tributo a la búsqueda de la felicidad que caracterizó a Gerardo.

Después de un divorcio a mis 41 años, comencé a buscar un gran premio de otro tipo –una pareja que me fuera compatible para toda una vida, el tipo de relación gloriosa en la que siempre he creído a pesar de mi matrimonio fallido, en la que uno más uno se siente como infinito, cuando incluso un invidente sentado en un restaurante puede sentir la energía especial que irradia una pareja sentada al otro lado del local que el destino unió. A lo largo de los siguientes 11 años, temo confesar el número de citas que tuve, siempre buscando ese ideal. Mi búsqueda me brindó lecciones invaluables acerca de las mujeres, de la ansiedad por la adultez, el triste estado en el que se encuentran decenas de almas tristes y las relaciones arruinadas que dejaron atrás, pero también acerca de la importancia de la asertividad, la alegría, ser honesto con uno mismo, etc. La ganancia psicológica más importante que recibí después de cientos de citas –esperanzadoras en un inicio– y las relaciones periódicas que seguían ,fue aprender a reafirmar mi búsqueda por aquella persona a la que realmente quería y necesitaba, haciendo caso omiso de TODO el ruido de fondo. Bien intencionados eran los consejos, propuestas, llamadas de atención e invitaciones a ser “práctico” y “dejar de ser tan selectivo”, pero todas esas voces se volvieron carbón para el horno que era mi corazón encendido. 

Para mayo de 2020, había visto suficientes bolsas ridículas de Louis Vuitton colgadas al hombro de cuarentonas y cincuentonas ansiando ser reconocidas como miembros del club de la nada de Orange County, California. Como mi hábil abuelo en aquellos ayeres, fui al extranjero para tratar de satisfacer mis sueños. Mi viaje comenzó con un recorrido virtual a través de una página de citas en línea. De manera intuitiva busqué en México, en donde pronto un par de acogedores ojos color oliva de una mujer en Querétaro me sorprendieron. Me sentía optimista de que mi lectura inicial de aquella mirada en la pantalla fueran la ventana a un alma genuina, sabia, empática y humilde. Emocionado por finalmente concretar mi última primera cita, ni siquiera tomé en consideración la geografía. 

Tan solo unas cuantas video llamadas después, le hice mi primera proposición –“cerremos nuestros perfiles de la aplicación y veamos cómo van las cosas solo entre los dos.”

“Estaba pensando lo mismo”, confirmó mi dulce y compatible nueva amiga. Dado que ambos habíamos desarrollado una idea madura de qué buscábamos en una pareja como también una comprensión práctica de los posibles contratiempos que implicaría limitar nuestra conexión inicial a la virtualidad, decidimos vernos en persona pronto. Así, comenzamos una maravillosa serie de viajes exploratorios por nuestras ciudades, sin prestarle mayor atención a la pandemia que se complicaba cada vez más. Decidimos compartir nuestros corazones, mentes y culturas en lugar de aislarnos. 

Nos comprometimos más o menos un año después de hacer clic, nos casamos un año después, en marzo de 2022, y celebramos en Guanajuato, su pueblo natal. Recorriendo la fiesta, tomados de la mano, saludando a amigos y familiares, extasiados por los aplausos de felicitación, le guiñé un ojo al cielo para compartir el momento con mi abuelo –sintiendo la misma alegría y alivio que sintiera él al acercarse por primera vez a la Isla Ellis y ver su premio mayor manifiesto finalmente. ¡Sabía que esta sería mi mayor victoria!

Sal Guarino

Nacido en Brooklyn, Nueva York, ahora vive en el centro de San Miguel junto a su esposa mexicana. Sal siempre pone sobre la mesa un vasto juego de experiencias vivenciales. “¡SALudos de San Miguel!” es su forma de compartir la alegría de vivir en San Miguel a través de una lente de agradecimiento y pensamiento positivo. El primer libro de Sal, “SALutations”, fue publicado en 2018. Contacto: salguarino@gmail.com