Por Sal Guariano
Una reflexión para año nuevo
Tenía siete años y jugaba al juego de la herradura con Eddie, mi vecino de verano en Sag Harbor, Nueva York. Rutinariamente llenábamos nuestros días y tardes veraniegos con juegos frenéticos como el de la herradura, bádminton, frisbee, pelota, y cualquier otra cosa que se nos pudiera ocurrir para ocuparnos 12 horas al día, bajando la intensidad cuando escuchábamos el sonido mágico del camión de los helados, cuya música bien podría haber anunciado la llegada de una carroza celestial. Sus campanillas armoniosas señalaban el premio final al corte de un día de por sí ya repleto de diversión. Estos eran los desenfadados días de inocencia de la infancia, en los que un sentimiento de calidez y bienestar representaba la raíz de las emociones, amplificadas por la cereza en el pastel, literal y figurativamente. Mi hermano mayor, Gerard, y yo acuñamos el nombre de “tiempo sagrado” para designar estos momentos de cálida y fortuita espiritualidad, un concepto alegre, capaz de acentuar el agradecimiento vivencial, que siempre he atesorado.
A lo largo de mis años adolescentes, las ocurrencias de tiempo sagrado giraban alrededor de eventos como el de los Yankees ganando la Serie Mundial o el de una chica aceptando mis torpes muestras de afecto. Nunca dejé de apreciar los momentos especiales de la vida, incluso cuando el tiempo parecía desaparecer dejando tras de sí simple alegría e inocencia. Recordar el tiempo sagrado a voluntad siempre fue una poderosa fórmula para detenerme un momento y disfrutar los recuerdos y regalos que dan los viajes mágicos de la vida, sin tener que abandonar el camino de estas alegres excursiones existenciales.
La adultez trajo consigo otros momentos maravillosos como el matrimonio, los hijos, la carrera, sin embargo, el tiempo sagrado se volvió algo más elusivo, cediendo paso al bullicio de mis nuevas pretensiones. Los objetivos de mis varios proyectos mundanos dominaron mi atención, distrayendo mi energía emocional y alejándola de las maravillas simples del momento. En años recientes, la edad, la experiencia y unos cuantos viajes de ida y vuelta al infierno han marcado mi camino de vida, y me he visto añorando esa perspectiva enaltecedora del ánimo que es el tiempo sagrado, el cual antes era accesible tan fácilmente y que elevaba instantáneamente, como arte de magia, mi nivel de alegría.
Hoy en día me es imposible imaginar un mejor lugar que el hermoso, tranquilo e intemporal San Miguel de Allende para confirmar el hecho de que ESTOS son aquellos grandes días de antaño, de que las instancias de tiempo sagrado, ya sea contemplando el Jardín Principal, recorriendo nuestras coloridas y vívidas calles, o gozosamente comiendo algo en uno de los varios restaurantes del pueblo, son de hecho tan frecuentes como lo eran en mis tiempos idílicos de verano con juegos y helado. Tan solo necesito ajustar mis lentes espirituales para reconocer estos momentos y ser partícipe de ellos.
Conforme se acerca el año nuevo, hago una reflexión de agradecimiento por el regalo de toda una vida que representa para mí el tiempo sagrado, y por vivir ahora en un entorno maravilloso que refleja y acentúa el entusiasta punto de vista de mi alma. En lugar de establecer propósitos de año nuevo como tal, pretendo subirle al brillo del regulador perceptivo en mi corazón y mi alma, el cual fue descubierto por un par de hermanos muy allegados hace unas cuatro décadas, para mirar a mi alrededor y constatar que todo el tiempo es tiempo sagrado, especialmente aquí y ahora. ¡Te invito a realizar el mismo ejercicio!
¡Feliz año nuevo!
Traducción por Josemaría Moreno.
Sal Guariano
Nacido en Brooklyn, Nueva York, ahora vive en el centro de San Miguel junto a su esposa mexicana. Sal siempre pone sobre la mesa un vasto juego de experiencias vivenciales. “¡SALudos de San Miguel!” es su forma de compartir la alegría de vivir en San Miguel a través de una lente de agradecimiento y pensamiento positivo. El primer libro de Sal, “SALutations”, fue publicado en 2018. Contacto: salguariano@gmail.com