Por Alejandro Angulo
El pasado Día Mundial del Medio Ambiente, el 5 de junio, unos celebraron a lo grande y lucieron sus mejores proyectos, estrategias, inversiones y logros, mientras que otros exhibieron las cifras horrendas, las críticas al gobierno por su pasividad o negligencia, y lanzaron culpas a las empresas o a la apatía de los ciudadanos, pero lo cierto es que como civilización estamos viviendo una crisis que tiene muchos flancos abiertos y en su agenda no figura en primer lugar el medio ambiente.
Se nos advierte que estamos en una cuenta regresiva, que ya no hay más tiempo para salvar a la especie humana y al planeta, que las fechas fatales se presentarán entre el 2030 y 2050, que cientos o miles de especies desaparecerán con la Sexta Extinción, que los océanos aumentarán el nivel y con ello se perderán muchas ciudades, que los pulmones del mundo están siendo devastados como la Amazonía, que la biodiversidad está amenazada, que el agua ya es escasa y provocará las nuevas guerras y, finalmente, se pone en entredicho el futuro de las nuevas generaciones.
Todo ello es como percibir la trayectoria hacia el colapso, pero ignorarlo por completo, quizá porque nos sentimos impotentes para cambiar la trayectoria, que implica una magnitud enorme de esfuerzo global por parte de gobiernos, empresas, productores, academia, y colectividades de ciudadanos. Es como seguir en la fiesta, hasta que caigamos, junto con el edificio.
La pandemia nos enseñó bastante, pues parte del control se debió, no a la libre elección de ciudadanos y empresas, sino al conjunto de disposiciones obligatorias dictadas principalmente por los gobiernos nacionales, que aunque restringieron nuestra movilidad, o bien nos incomodaba observar pautas sanitarias como el uso del cubrebocas, la aplicación de gel y toma de temperatura, sirvió para lograr mitigar y desaparecer el contagio. Y a pesar de todo esto, los ciudadanos terminamos entendiendo que era necesario para nuestro bien.
Hoy se sabe que los costos de dichas medidas fueron altos y que tuvieron demasiadas consecuencias tanto económicas, sociales, psicológicas y ambientales, pero no podía ser de otra manera. Con ello se demostró la necesidad de un Estado, que dentro de sus funciones está la de imponer regulaciones y lograr que se observen por todos y cada uno de la sociedad.
En igual situación podríamos encontrarnos frente a un colapso ambiental, donde se dictarán medidas de emergencia ambiental. No obstante, aún podemos poner a prueba nuestras voluntades de obrar de manera correcta en favor del medio ambiente. Ello implica entender que no todo es materia de ganancia económica, sino por el contrario de asumir el costo ambiental. De cumplir con las regulaciones en la materia, de cambiar o adoptar una ética ambiental, de trabajar por el bien común.
En días pasados, previos a la celebración del Día Mundial del Medio Ambiente, se registraron protestas en Plaza de Armas, presentación del libro El Crimen Perfecto (crítica ambiental a las corporaciones) y la entrega del Sello de Biodiversidad Urbana al Fragmento de Biodiversidad de la Solana (de 260 has) por parte del Municipio de Querétaro y, durante la semana del 5 de junio, hubo una diversidad de eventos, actos, reforestaciones, exposiciones, etc., que nos convocan a seguir luchando por un planeta mejor, a no darnos por vencidos en la batalla por la vida misma.