Por José Arturo Morales Tirado
Quizá dos de los rituales más ancestrales de los seres humanos en todo el planeta son: primero, las reuniones relacionadas al hogar en su sentido más primitivo y profundo, en torno al fuego (al aire libre, en la cueva, en la choza, en la cocina) para conmemorar la conexión entre nosotros mismos y el espíritu (que encierra memoria, admiración y exaltación de vivos y muertos), y en segundo término, los rituales, mitos y posterior culto a los muertos y la muerte; ambos vinculados a nuestro entorno natural en el origen de las civilizaciones y en un proceso de miles de años, también relacionado con nuestro ambiente cultural humano.
Aunque parezca una perogrullada, valdría la pena manifestar dos principios que en las ciencias de todo tipo prevalecen, uno de ellos es aceptar, en general, que en la generación del conocimiento no existen verdades absolutas y/o acabadas o determinantes, y en ese sentido quiero fundamentar los siguientes conceptos a manera de hipótesis.
Por un lado, partir del principio contemporáneo de considerar que los seres humanos en el planeta somos una sola especie (Hommo sapiens) con diferente fenotipo (la expresión del genotipo en función a un determinado ambiente) o características de “forma”; en la evolución de África, Asia, Eurasia y América, como lo postuló Miguel León Portilla, se generaron hace entre 6,000 a 4,000 años seis grandes áreas donde a partir de los primeros procesos agrícolas se generaron las comunidades (común-unidades) que desarrollaron los complejos procesos que hoy consideramos de civilización, siendo estas regiones: China, en torno a la agricultura del arroz y otros en torno a los ríos Huan-Ho y Yantse Quian; en torno al trigo, en India y sus principales ríos nacidos en el Himalaya, en Egipto en torno al río Nilo, y en Mesopotamia en torno a los ríos Éufrates y Tigris; en el continente americano, en torno a la agricultura del choclo y papas, en los ríos originados en la cordillera de los Andes y en nuestra realidad cercana: en Mesoamérica, en torno al teocintle – maíz, calabazas, frijol, chile y otros cultivos.
Por cierto, la zona de San Miguel de Allende y la Frontera de la Tierra Adentro se localiza en la frontera norte de la Mesoamérica de valles volcánicos, con toda su carga e influencia cultural milenaria en nuestra región por lo menos de más de 2,500 años de tradición o evolución cultural.
Algo que llama la atención en el origen de estos pueblos milenarios de los primeros procesos de civilización en torno a las prácticas de la agricultura es la cosmovisión más profunda y orgánica sobre la expresión del ambiente natural y cultural originario como la dualidad de diferentes complementarios: lo femenino, lo masculino; la noche, el día; la luna, el sol; el inframundo, el superabundo; la fertilidad y la yerma sequía, el agua en la superficie y subterránea y el agua de lluvia y humedad en las nubes; en nuestras latitudes (en promedio 20 grados norte): la primavera – verano y el otoño – invierno. Todo lo anterior, muy explícito y cada vez más claro alrededor de los ciclos agrícolas anuales que en Mesoamérica se proyecta robusto y profundo en el quinquenio.
A partir de lo mencionado anteriormente y los procesos de observación de los astros y constelaciones, estas primeras civilizaciones observaron y registraron estos fenómenos cíclicos y además de crear los calendarios agrícolas en torno a los equinoccios, solsticios y los dos días del punto cenital (fenómeno que sólo se observa en el planeta entre los trópicos), nuestros ancestros fueron creando y desarrollando esta cosmovisión primigenia, donde los líderes de estas primeras comunidades agrícolas mesoamericanas y de las otras cinco regiones planetarias del origen de las civilizaciones comenzaron a dirigir sus comunidades a partir de la creación de mitos, rituales y el manejo de estos para la vinculación y control de las masas a partir de los primeros sistemas de creencias y posteriormente los primeros sistemas religiosos.
Carl Jüng lo describió en un esquema donde los mitos (como en Mesoamérica en torno a la muerte y los muertos) a través de los rituales (en torno a las fechas de los días de muertos), el mito empiedra al ritual y el ritual empiedra al mito. En la evolución de este fenómeno, Joseph Campbell, en la fundamentación para guiones cinematográficos como La Guerra de las Galaxias la cosmovisión cambia cuando en lugar de dualidad complementaria se propone una polarización maniquea, por ejemplo, entre bueno y malo, entre paraíso e infierno, entre gloria y pena. Dos cosmovisiones diametralmente diferentes, que como una maravilla cultural asombrosa en nuestra Frontera Tierra Adentro se produce en forma sincrética, con toda la complejidad y profundidad de dos cosmovisiones diferentes (la mesoamericana y la católica introducida por los españoles hace cinco siglos), marcadamente en conmemoraciones y celebraciones sobresalientes, como la de los días de los muertos; maravilla de nuestra cultura que seguiremos abordando la próxima semana.arturomoralestirado@gmail.com www.tasma.com.mx