Mitos, rituales y sus personajes III. Iconografía e imaginería hoy en día

Por José Arturo Morales Tirado

En esta rica Frontera de la Tierra Adentro, como hemos visto, el patrimonio natural y cultural se ha hecho a fuego lento entre encuentros y desencuentros, agresivos y cordiales en una frontera de espacios y también de diferentes grupos étnicos de este continente, de Europa y prácticamente, del mundo, amén del diverso universo de los grupos étnicos (indígenas) de la propia Mesoamérica y el actual país México. 

Sin duda, San Miguel de Allende ha sido epicentro, al menos en los últimos cinco siglos, de este proceso complejo y maravilloso; parte de la fascinación o magia de este lugar y su comunidad la forma el sincretismo, entendido como un mosaico vivo de percepciones de la realidad diversa, el cual, valiéndose de tres herramientas: i.- la razón – observación, ii.- la cosmovisión y iii.- la religión, se ha consolidado a través de lenguajes diversos: hablados, escritos y no escritos. 

La personalidad propia, formada por el temperamento y carácter de nuestra sociedad de la Frontera de Tierra Adentro, a través de lenguajes que se comunican con sentido de pertenencia de la identidad propia de los mitos, rituales y personajes de nuestro territorio, con ecosistemas diversos, de nuestra comunidad multiétnica, usando códigos, símbolos, iconografía, imaginería y hasta fisiografía en el radio de los semejantes, los vecinos de esta Frontera de Tierra Adentro, rica en patrimonio auténtico, único, irrepetible y excepcional.

Hace cerca de 2,500 años, el proceso comenzó en nuestra región con el lenguaje de los chupícuaro y sus contemporáneos en Mesoamérica, el lenguaje como su arma más compleja y precisa para comprender y proyectar su realidad y moldear su mente y percepción en sus conceptos, cosmovisión y religión y, con estos, sus mitos, rituales y personajes. Y es que la comunicación no fue sólo entre humanos, se hizo con las piedras, los bosques, los humedales, las cañadas, las rocas, el agua, las plantas, los animales y desde luego con las ánimas del entorno perceptible, incluidas las cuevas, manantiales y la tierra; el perro y sus entes; y, desde luego el infinito firmamento; en síntesis: el inframundo, la montaña y la bóveda celeste. 

Durante la incursión de los primeros europeos a estas tierras, la diversidad cultural y de percepción de la realidad se enriqueció entre tensiones dialécticas, entre guerras y opresión, entre distintos grupos étnicos indígenas, como chichimecas huaxábanas, guamares, pames, jonases, copuces y, aliados con los españoles: otomíes, tlaxcaltecas, mazahuas, zapotecos, totonacos. Poco después, a partir de las década de 1540-1590, la presencia purépecha a través del obispado de Michoacán también estableció su marca en la vasta y compleja herencia cultural centenaria, aunada a las tradiciones culturales introducidas por los españoles dominantes en la guerra, la política, la economía y la ideología: Tradiciones culturales principalmente católicos hispanas más lo judeo-cristiano, lo moro, y lo greco-latino, partiendo por el lenguaje castellano y el otrora, sacro latín.

Entes de la existencia cósmica, silvestre, terrena o del inframundo; de lo divino, de lo majestuoso, de lo señorial, contaban ya con sus atributos, la mayoría proyectado de lo humano y se hicieron receptores de las palabras, de los signos, símbolos y significados de esta nueva comunidad de indígenas, africanos, mestizos, mulatos, criollos y europeos de la Frontera de Tierra Adentro enfrascada en la guerra chichimeca (1542 – 1592), creando los personajes producto del sincretismo propio de nuestra región, los cuales se recrean y empoderan cada ciclo (generalmente anuales) de mitos y rituales con sus característicos personajes. Algunos expresados en esculturas, cerámica, pinturas, objetos cotidianos, algunos proyectados con naturalismo de formas, otros por sus conceptos (abstractos); algunos de origen mesoamericano como: jaguares, perros (Xolotl), águilas: otros con múltiples formas como el señor primigenio Cicpactli que se proyectaba como lagarto, serpiente o pez. Con la llegada de Cristo a tierras americanas, algunos símbolos adquirieron, al menos dos significados, como las Santas Cruces, como: la cruz atrial de la parroquia, o las que se encuentran en pináculos o cimas de cerros; algunas otras con connotaciones culturales de doble significado, como la virgen morena de Guadalupe de Cáceres, algunos cristos de piel oscura o morena, con fisonomías y rostros más cercanos a la idiosincrasia mesoamericana. 

Otros personajes fueron reinterpretados por las manos indígenas que las modelaron, como el caso de los arcángeles, ángeles, serafines y querubines o, desde luego, los Cristos de Conquista. Otros tantos, se establecieron en templos católicos con múltiples proyecciones e interpretaciones, como la Luna-Conejo, la proyección mariana de la estrella de la mañana (de ocho picos) y el concepto de quincunce mesoamericano. Y muchos de ellos trascienden de los objetos de culto y/o devoción a ser actores dinámicos y vivos en los rituales de las fiestas populares y patronales.Pero lo más sobresaliente es que todos estos personajes tienen latente el ánima o espíritu de los ancestros y los vivos que les conmemoran cíclicamente; maravilla excepcional de la Frontera de Tierra Adentro.