¿Qué pasaría si empezáramos el día dibujando nuestros sentimientos?

Por Carolina de la Cajiga

¿Funcionaría mejor el mundo si todos expresáramos lo que nos hace felices, y nos deshiciéramos de nuestras tristezas y frustraciones al amanecer? No cuesta nada intentarlo.

 «Saber manejar los sentimientos es tan importante como aprender los números, las letras o cualquier otra cosa», comenta Carolina Manríquez González, más conocida como Kakum (acentuando la a), directora de Bombini, un jardín de niños en Zirándaro. «Todos tenemos días buenos y días malos. Deberíamos aprender a regular nuestros estados de ánimo desde pequeños, esto nos pondría en el camino correcto. El arte ayuda a desarrollar el hábito de exteriorizar nuestro estado de ánimo sin limitaciones. Además, estimula nuestra sensibilidad y nuestras habilidades socioemocionales», añade.

Los bombinis, como llama Kakum a sus discípulos, comienzan su jornada escolar con una canción agradeciendo al sol que los incita a dar lo mejor de sí mismos. La compuso su abuela materna cuando ella era niña. Lo siguiente es expresar su estado emocional dibujando. Si un alumno revela alguna preocupación, ella le dedica especial atención. 

Su filosofía es que sus alumnos, de tres a ocho años, aprendan de forma orgánica a través de la libre expresión y el juego. Cada alumno va cubriendo todas las asignaturas obligatorias según su edad y preferencias. “Las mentes de los niños son como esponjas, lo captan todo de volón», dice Kakum. Por los contactos que hizo cuando vivió en Canadá, hoy sus alumnos son mexicanos y canadienses, pero no importa la nacionalidad, todos son bienvenidos. En clase se habla inglés. 

El cuidado del medio ambiente tiene prioridad en Bombini. Reciclan papel, cartón, plásticos, tapas y todo lo que pueda convertirse en material educativo. Kakun desarrolló los uvinis y restini con reciclaje. Son herramientas didácticas que ayudan a los niños a adentrarse en el mundo de las matemáticas de forma divertida, utilizando la mente, la vista y el tacto. «Juntos construimos un teatro de marionetas y un comedero para pájaros con puro reciclaje. Con ladrillos ecológicos, ahora estamos haciendo sillas, que es una forma de introducir a los bombini a la tercera dimensión y a las bases de arquitectura», explica Kakum. 

A los niños les encanta reciclar. «Vienen a la escuela con un bonche (de bunch – anglicismo mexicano) de objetos que desean transformar y darles nueva vida, algo que se perdió con la llegada de la industrialización. Los bombini han inventado innumerables juguetes. Usar sus mentes y sus manos incrementa su imaginación y destreza», nos comenta con orgullo. 

Una caja llena de disfraces es la puerta de entrada a un mundo mágico, donde cada alumno elige en qué quiere convertirse. La posibilidad de viajar imaginariamente instiga diálogos inesperados que conducen al aprendizaje de historia, geografía, ciencias sociales y mucho más. Todo ello mientras se divierten. «Aprender sin saber que están aprendiendo ¡Qué maravilla!», dice Kakun con una sonrisa traviesa. 

«La pandemia les pareció una eternidad a los pequeños. No poder socializar y jugar libremente era muy triste. Sufrí viendo a mis hijos y a otros niños sentados frente a la computadora, intentando estudiar e inhabilitados a tener relaciones interpersonales», recuerda Kakum. «Me alegro que el mundo haya conseguido superar ese periodo y casi hayamos vuelto a la normalidad. En Bombini, nos esforzamos por fomentar experiencias que animen a los niños a socializar y colaborar entre ellos», nos comenta. «Una de las actividades que más disfrutan es la hora de la comida, cuando comparten alimentos y charlan libremente. Es una oportunidad para aprender de los demás. Cada bombini y su familia preparan la comida de la semana. Ser el ‘anfitrión’ les entusiasma, mantienen en secreto lo que van a compartir. Una simple comida se convierte en un momento de regocijo”.

«Variamos el programa según el interés de los bombinis. Por ejemplo, para una niña apasionada por los gatos, diseñé un juego que incluía gatos para enseñarle a dividir», cuenta Kakum con satisfacción. En el pequeño huerto, los niños estudian la naturaleza y la responsabilidad de cuidar a los demás. A través de las plantas, estudian el ciclo biológico de la vida: reproducción, germinación, desarrollo, muerte y el reinicio de un nuevo ciclo. También observan los efectos del cambio de las estaciones, en función a la rotación de la Tierra. Plantan una variedad de frutas y verduras que luego comparten. Se divierten plantando, regando, haciendo composta, pociones para alimentar las plantas. También aprenden a separar la basura y a producir lo menos posible. 

Después de tanta actividad, llega el momento de relajarse y descansar. Cada bombini tiene su propio tapetito donde meditar y hacer respiraciones profundas. «Una vez recargadas las baterías, hacemos trabajo sensorial, a veces con masa, hielo u otros materiales. Se baten a gusto y eso les encanta. Al mismo tiempo, practican números y letras, leen o hacen cualquier otra cosa que se nos ocurre», describe Kakum satisfecha de su trabajo. 

«Me encanta lo que hago. Con este proyecto encontré el propósito de mi vida. Me llena el alma. Lo que más placer me da es inculcar en cada niño un sentimiento de confianza que le acompañará el resto de su vida», dice Kakum con gran alegría. «Creé el plan de estudios basándome en la experiencia con mis dos hijos y en mis estudios de arte y danza. También cuento con el apoyo de mi madre y varias tías, todas ellas maestras de preescolar, expertas en el desarrollo de la competencia emocional de los niños.» 

Busca a Kakum en Facebook como Bombini Aprende Jugando; y en Instagram como bombini.aprendejugando.

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