El Unicornio Prieto: ¿Hay alguien ahí?

El Unicornio Prieto 

Es un ser que, por creerlo mitológico, pasa desapercibido. Desde su anonimato observa a todos los que vivimos en San Miguel de Allende y el resto de México, y me cuenta sus historias para escribirlas aquí.

Por Fernando Helguera

Parecerá increíble lo que me contó esta vez el Unicornio Prieto. Salió de su madriguera en la mañana con la intención de tomar el sol, curiosear acerca de lo que decía la gente, pero algo raro estaba pasando. Caminó por la cuesta de San José y estaba absolutamente vacía: ni una persona, ni un auto… vamos, ni un perro en la calle. Sintió escalofríos.

Caminó hacia abajo hasta girar a la izquierda en Aparicio, para llegar de frente a la calle de Mesones, donde de seguro encontraría movimiento, pues estamos hablando de una calle transitada, pero le dio un vuelco el estómago al darse cuenta de que también estaba vacía. El silencio era absoluto. Siguió caminando hacia abajo pero con la duda de si mejor debía regresar a dormir a su casa, o mejor dicho, a despertar; esto era como un sueño que no quería que se convirtiera en una pesadilla.

Mientras caminaba por el costado de la totalmente desierta Plaza Cívica, pensó que era muy posible que el augurio que había escuchado en el Mercado Sano hacía un tiempo fuera cierto. Decían que la humanidad desaparecería por culpa de la gente vacunada, pues le habían metido nanotecnología que brincaba de un ser humano a otro, en diminutos vehículos de grafeno y sin ser percibida, para atacar al organismo portador desde su interior, convirtiéndolo en una especie de zombi o robot sin voluntad propia. Clamaban por la distancia interpersonal en pos de la salvación. De ser así, lo que habría es una serie de seres postrados en sus casas, sin más movimiento que el de su respiración.

Giró a la izquierda en Juárez, en el templo, y le pareció escuchar algo… ¿acaso eran voces al final de la calle, en la esquina de San Francisco? Se emocionó de saber que podía haber otros sobrevivientes y corrió a toda velocidad por el centro del arroyo, ansioso, hasta topar con pared. Nadie. Volteó a la derecha, hacia el Jardín Principal, pero ya no había ningún sonido más que el rumor del viento entre los árboles. No sabía si acercarse al jardín, pues el hecho de que no hubiera más humanos no quería decir que no existieran otros seres al acecho.

Recordó que muchas personas habían estado atemorizadas de que el virus de la pandemia los matara y, ellos que se vacunaron las más veces que pudieron, también querían la distancia interpersonal para salvarse. No le quedó duda de que los medios de comunicación habían transmitido un mensaje muy sólido y acorde para todas las maneras de pensar. Tengamos miedo y alejémonos unos de otros. Lo bueno es que siendo un unicornio, ni el grafeno ni el virus le harían daño alguno. El caso es que la otra posibilidad era que todos estuvieran no como zombis, sino como fiambres.

Escuchó nuevamente algo que parecía un grupo de seres humanos que hacían alharaca, pero venía de la lejanía, del otro lado de la plaza central. Corrió, nuevamente esperanzado, hasta la esquina de Cuna de Allende y Correo, es decir, frente a la Parroquia de San Miguel Arcángel. Era espeluznante ver todo ese lugar, que usualmente albergaba miles de turistas y lugareños, totalmente vacío. Detenido en la esquina, afinó el oído y volvió a escuchar el ruido de lo que parecía una pequeña multitud. Ahora era un poco más claro. Incluso parecía que era de personas que estaban excitadas por algo.

En un momento, cuando empezó a caminar lentamente y con precaución hacia la calle de Umarán, sintió una especie de placer ya que esa soledad también implicaba que podría existir un mundo sin basura, sin contaminación, sin avaricia, sin vanidad, sin pleitos violentos, y sin todo este asunto de gente pretenciosa que cree que hay clases de seres humanos que son mejores por su color de piel, o por la cantidad de bienes materiales que poseen. Absurdo, hay quien hasta se cree mejor persona por sacarse una foto en la famosa Torre Eiffel. Pensó “¿Qué tal un mundo sin esos seres tan primitivos?”

El sonido aumentaba y claramente lo identificó en una azotea donde había un restaurante. Ahora estaba seguro, eran personas y estaban de buen humor. Sigilosamente llegó hasta ellos y encontró la respuesta a todas sus dudas: ¡Estaban viendo el partido de la Selección en el Mundial! Todos gritaron de emoción porque el portero paró un penal.

Le quedó claro que no eran zombis ni cadáveres, sino fanáticos, que es más o menos lo mismo sin importar el objeto o sujeto fanatizado. Las calles del país estaban vacías; había realmente un poder que podría cambiar las cosas a nivel masivo y en poco tiempo. Se hizo consciente de que podría existir un mundo sin todo lo que pensaba hace rato, pero definitivamente no podría existir un mundo sin el fútbol.