El Unicornio Prieto: La cosa está caliente

Por Fernando Helguera

Es un ser que, por creerlo mitológico, pasa desapercibido. Desde su anonimato observa a todos los que vivimos en San Miguel de Allende, y me cuenta sus historias para escribirlas aquí.

Esta semana, el Unicornio Prieto decidió conocer los alrededores de San Miguel y así llegó a las aguas termales de La Gruta. Si bien a ese lugar le hizo falta un equipo arquitectónico experimentado, la puede uno pasar de diez. Llegó tempranito con un frío de perros, pero corrió al agua porque los perros lo persiguen al verlo tan chiquitín y apetitoso. Gente de diferentes nacionalidades convivía amigablemente en la primera alberca, la cual cruzó para meterse al túnel que lleva a la bóveda, donde sale el chorro de agua termal donde todo empieza.

Una columna al centro le da un aire místico, y el piso alrededor de ella es de piedras que masajean los pies. Para el chorro se hace una fila y la gente pasa por turnos. El Unicornio vio en la fila a un hombre al que había escuchado decir que era de Querétaro, y detrás de él una señora vieja, estadounidense, con una expresión rara en el rostro. En cierto momento llegó la pareja de él y se acercó, pues él estaba esperando por los dos, ella había ido al baño según parecía. La estadounidense le tocó el hombro agresivamente a la mujer y le dijo que se fuera a formar a la fila. El turno era del hombre, para pasar al chorro, y le llamó a su mujer, que se había alejado al final de la cola, para que pasara ella, pues estaba lastimada de la espalda. La extranjera dijo que el chorro ya lo iban a cerrar y que se apuraran, y dado que esa era su actitud desde el principio, todos los mexicanos presentes ya estaban molestos.

Pasó la mujer y el hombre se fue a formar a la parte trasera de la fila; contrario a lo que la señora pronosticó, el chorro seguía abierto cuando a él le tocó el turno. La pareja salió de la bóveda y el Unicornio vio cómo llegaban otras personas a la fila. La señora seguía formándose una y otra vez.

Por tanto calor, el Unicornio decidió salir a las otras albercas que contaban con una temperatura más fresca. Ahí vio a la pareja platicando amablemente con otros mexicanos y con algunos extranjeros, haciendo amigos.

Luego regresó a la bóveda y vio que el chorro seguía abierto; las prisas de la señora eran sólo neurosis. En un momento la persona en turno se distrajo para pasar al chorro y ella le aplaudió groseramente para apremiarlo. Llegó nuevamente a la bóveda el queretano, ahora sin su mujer, y se formó. La señora estaba en el chorro y cuando salió se volvió a formar quedando tras él. Siguieron avanzando y cuando el hombre salió del chorro, en vez de formarse en la fila se puso frente al chorro para masajearse los pies en el piso de piedra.

Llegó el turno del queretano y se metió. La señora comenzó a gritarle que no se metiera, y él le dijo que estaba respetando el orden y también estaba esperando el chorro; todos los presentes le dieron la razón y él se metió. La señora enloqueció y le metió un empujón al hombre. Él se molestó mucho y la empujó a su vez para alejarla del chorro, diciéndole que era una grosera y que se fuera a su país, aunque estaba seguro de que allá no le alcanzaba para vivir y por eso vino a México. Ella no entendía bien el español y mejor se le echó encima, cosa que él impidió alargando el brazo; ella por ser pequeña no lo podía alcanzar.

El queretano, ya harto, la dejó pasar. La señora se metió al chorro y segundos después lo empezaron a cerrar, ella volteó y le dijo al hombre, riendo despectivamente, que ahí tenía su chorro. Él la mandó a ching*r a su m*dre y ella se ofendió mucho, pero no supo responder en el idioma del país al que emigró. El queretano se fue diciéndole que a gente así de prepotente deberían deportarla por abusiva. El Unicornio, cuando vio que la señora empezaba a dar explicaciones a las demás personas, salió también. Sintió lástima de la mujer.

En el túnel de regreso se preguntó por qué algunos extranjeros prepotentes quieren poner sus reglas siendo extranjeros. El mexicano los recibe muy bien y muchos respetan eso, y ponen de su parte para hacer un mejor lugar. Pensó que esos buenos expatriados podrían enseñar a los otros inmigrantes a no gritarle a la cajera del súper, a no insultar a los meseros, y a no empujar a la gente.

El Unicornio regresó a casa muy relajado, y feliz de que en San Miguel lo que predomina es la gente nacional y extranjera amable, con ganas de ser amigos, y a pocos hay que regresar a sus países.