Ven camión y se les ofrece viaje

Por Fernando Helguera

Habían sido días flojones por el tema de fin de año, en cuanto al interés de las historias por contar; en estas fechas el que no se pone borracho come uvas de los deseos, hace propósitos de año nuevo, o desea prosperidad, amor, éxito, salud y fortuna. 

El Unicornio Prieto caminaba aburrido, cuando vio la ventana abierta de una casa del Atascadero; era tan acogedora que se metió a disfrutar un rato. Adentro había un hombre cincuentón con dos adolescentes, todos desayunaban avena con fruta. Una de las chicas era su hija y la otra era su amiga, que había estado invitada por unos días; la segunda tenía que regresar con su familia, por lo que les dijo que ya era hora de irse a la estación. La viajera estaba preocupada porque faltaban 20 minutos para que saliera su autobús y el hombre les dijo que harían entre diez y quince minutos.

Bajaban por el empedrado y, de pronto, de una esquina salió un motociclista que, sin voltear, se metió delante del auto obligando al hombre a frenar bruscamente. El Unicornio se proyectó hacia el parabrisas pero logró evitar el golpe. El motociclista iba lentamente y el hombre al volante empezó a ponerse nervioso.

Los autos se metían en la fila por delante del motociclista. El hombre logró rebasarlo pasándose un tope sin miramientos y el Unicornio vio por el retrovisor que el motociclista ya no iba tan lento. Su actitud era de ir persiguiéndolos, pero la cara mostraba una expresión despreocupada, como si fuera paseando.

Faltaban diez minutos y apenas iban por Calzada de la Luz, el hombre no había contado con el tráfico de las fechas festivas. Llegaron a Calzada de la Estación y en la esquina había un embotellamiento. Se escuchó un suspiro de la chica viajera. Se debía a cuatro automóviles que no se decidían por avanzar, así que el hombre los rebasó por la derecha e hizo una exclamación de alivio. En ese momento el motociclista los pasó entre los autos y se les puso enfrente a dos por hora.

Llegaron a la estación a las 11:10 en punto mientras la invitada sufría taquicardias; no había otro camión en cinco días. Por el retrovisor se vio salir un autobús, ¡se les estaba yendo! El hombre le pegó un grito a su hija, que se había bajado a detener el camión; todos escucharon y la chica salió corriendo: “¡papá, lo perdimos!”

Le ordenó subir y salió a toda velocidad tras el camión. Los choferes jamás se detienen a media calle para subir gente, pero el hombre estaba convencido de lograrlo. Salieron a la calle y vieron a lo lejos, al autobús en Puente Bicentenario dando vuelta y desapareciendo de su campo visual. Aceleró a fondo tras el autobús.

La invitada casi lloraba y el Unicornio no distinguía si por perder el autobús o por el miedo de la velocidad. Le dieron alcance, ni más ni menos que, al motociclista. El hombre pegó un claxonazo que lo obligó a orillarse y se encaminaron a la vía rápida. Tras atrevidas maniobras, en un minuto el auto se colocó a la derecha del autobús.

El hombre hizo señas al chofer, quien lo ignoró, mientras las chicas le decían que ya no siguiera, pues nunca se detendría y los iba a parar la policía. El camionero aceleró para pegarse al auto de adelante, pero el hombre se metió en el pequeño espacio que aún quedaba, lo que obligó al camionero a frenar. Llegaron al semáforo y el hombre se bajó del auto para caminar hacia el chofer quien, asustado, lo vio juntar las manos en señal de ruego; le abrió la ventanilla.

“¿Va para Cuernavaca?”, dijo el hombre. 

“Sí, ¿qué se le ofrece?”, contestó el chofer.

“Mi hija debería ir arriba y si no llega a destino hoy, me matan”.

“No puedo dejarla subir”, dijo el conductor con una autoridad dudosa.

“No me moveré hasta que la deje subir. Prefiero ir preso o morir atropellado”.

“¿Trae maletas?”, preguntó el chofer.

“Sí, una pequeña que cabe en el maletero”.

“Bueno, que se suba de volada”, dijo tajante.

La chica subió y el hombre regresó a su auto justo cuando el semáforo se ponía en verde. Se encaminaron a un café para pasar el infarto y la hija preguntó: “Pa ¿no van a correr al chofer?”

“No creo m’hija, él ayudó al prójimo y le irá bien. Si lo despiden, es porque así montará su propio negocio y se hará rico pronto”.

 Ya sentados en la mesa, tomando té de tila con un bolillo para el susto, el Unicornio escuchó quedándose helado:

“Pa, acabo de ver que traigo en la bolsa el boleto de mi amiga y su carta responsiva por ser menor de edad”.

El Unicornio Prieto 

Es un ser que, por creerlo mitológico, pasa desapercibido. Desde su anonimato observa a todos los que vivimos en San Miguel de Allende y el resto de México, y me cuenta sus historias para escribirlas aquí.