El crítico y el artista

Por Rodrigo Díaz Guerrero, José María Moreno, y Bernardo Moreno

Recientemente asistí a una función de Todo en todas partes al mismo tiempo. La película es sorpresiva, altamente original, emotiva –quizás de más– pero difícilmente es un cliché. Aunque, para mi sorpresa, al llegar a casa después de la función, busqué por curiosidad críticas de la película y descubrí que a varios críticos les había parecido una historia fácil, predecible, incluso simplona. No pude evitar una sonrisa sardónica: estos críticos especializados, que les pagaron unos cuantos dólares por su comentario, creen que es posible elevar un juicio de gusto a sentencia universal. La labor del crítico de arte ha acompañado a la figura del artista desde que su trabajo se volvió una mercancía, y así, supongo que forma parte de la valoración monetaria que experimenta cualquier obra; sin embargo, nos preguntamos como tantos otros antes, ¿es necesaria la existencia del crítico de arte para la producción de arte? ¿El crítico le añade algo a la obra? A continuación, responderemos afirmativamente a la última pregunta, pero lo que se verá le añade el crítico al arte no es, muy probablemente, lo que aquel cree y pretende soberbiamente: objetividad. Aquí les dejamos, no sin ironía, tres recomendaciones para profundizar en el tema.  

Alejandro González Iñárritu, Birdman, 2014

Suponiendo que nuestro público ya vio la aclamada película Birdman —Premio Oscar a la mejor película— de Alejandro Iñárritu, me enfocaré en la escena donde Riggan (Michael Keaton) desmenuza, desesperadamente a la crítica Tabitha Dickinson (Lindsay Duncan): “¿qué tiene que pasar en la vida de una persona para que se vuelva un crítico? Después de todo son sólo etiquetas, pequeñas vocecitas en la cabeza del crítico que no le permiten ver la intención, la técnica, la estructura. Son sólo opiniones deplorables respaldadas por aún más asquerosas comparaciones.” Riggan pierde la compostura conforme se expresa, rompe una copa, claramente está sobrepasado por las emociones, está entrando al terreno de la locura y la actuación de Michael Keaton es profunda. Continúa despotricándole al crítico: “¿tú qué arriesgas? Son sólo unos párrafos escritos, palabras, no arriesgas nada, no pierdes nada. Esta obra me costó todo, todo” termina diciendo Riggan agregando algunos adjetivos y ademanes ilustrativos dirigidos a su interlocutor, la crítica. Ella se limita a contestar, “voy a matar tu obra” Cinematográficamente, Birdman es referencia en diferentes campos técnicos en manejo de escenas y dirección. Pero lo que sobresale es la confusión, la desesperación, la ambigüedad, la desolación, la frustración, el absurdo o el inmenso sentido de los personajes y su humanidad. 

Led Zeppelin, Led Zeppelin, 1969

Como el lector imaginará, en la industria musical hay cientos de casos donde la crítica terminó siendo un mal oráculo, y la historia, un juez justo para el talento vanguardista. Este es el caso del disco homónimo de Led Zeppelin, su primer lanzamiento —cuya producción estuvo a cargo de su guitarrista, Jimmy Page—, acribillado por la pluma de John Meldensohn, quien escribía para la famosa revista Rolling Stone: “Desafortunadamente (Jimmy Page), también es un productor muy limitado y un escritor de canciones débiles y sin imaginación, y el disco de Zeppelin sufre por haber sido producido y escrito mayormente por él.” Así inicia su reseña, cerrando lapidariamente con: “En su voluntad de desperdiciar su considerable talento en material indigno, Zeppelin ha producido un álbum que recuerda tristemente a Truth (…) tendrán que encontrar un productor (y editor) y algún material digno de su atención colectiva.” Como cereza en el pastel, Eva Von Zeppelin, sobrina del inventor del dirigible que aparece en la portada, se negó a que “unos monos chillones” usaran su apellido, por lo que tuvieron que usar el nombre de The Nobs, durante una gira por Holanda. Anécdotas risibles, desde la perspectiva del tiempo.

Paul de Man, Visión y ceguera, 1971 

Este inmigrante belga, asentado en Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial, fue una de las piezas fundamentales detrás de los estudios literarios y la posmodernidad que dominaron las aulas universitarias de Estados Unidos durante los 80 y 90. Si bien su legado se ha visto manchado irremediable y justificadamente por sus años de juventud fascista en la Bélgica ocupada, lo que hizo de Man por la lectura fue de la misma magnitud que lo que hizo Derrida, su amigo judío y de origen norafricano, por la escritura –sumarle dosis ingentes de duda a cualquier supuesta objetividad, añadir sospecha a toda agencia subjetiva. El objetivo del análisis del belga era la literatura, sus formas retóricas y figurativas. La literatura, al final, no se lee literalmente; y al mismo tiempo, la literatura no significa nada, sino que la hacemos significar. En los textos no literarios, las figuras retóricas son accidentes colaterales, pero en nada, supuestamente, perturban su significado. En cambio, en las obras literarias –e incluimos aquí cualquier técnica narrativa, incluso la plástica o la música– las metáforas, alegorías, símiles, etc., son motores de significación. El rol del crítico literario es darse cuenta de que toda lectura literaria implica una producción de sentido –una teoría– que no se encuentra objetivamente en la obra; se asume que lo que se lee es más o es menos que lo que las propias palabras dicen en la página.