Inmovilidad, el nuevo libro de Alejandro Paniagua Anguiano

Por Rodrigo Díaz Guerrero

Condenados a la inmovilidad, los juguetes requieren de la intervención humana para convertirse en los protagonistas de aventuras increíbles y de intrincadas tragedias. Son héroes, villanos, fetiches: objetos de proyección en mundos fantásticos que desdoblan la realidad. Inmovilidad (Ediciones Periféricas, 2022), es el último libro publicado de Alejandro Paniagua Anguiano, un libro de cuentos donde el juguete es el elemento recurrente en una colección de historias que oscilan, vertiginosamente, entre atmósferas multicolores y paisajes tenebrosos. Platiqué con el autor sobre su obra, —que se presentará este sábado 4 de junio en El Sindicato— en una amena charla que aquí les compartimos: 

RDG – En lo personal, creo que el oficio de escribir muchas veces atiende alguna impresión que surge desde nuestra cotidianidad —algún evento, fenómeno, hipótesis— que sirve de materia prima en la elaboración de un concepto literario. El juguete ¿cómo y por qué fue elegido para la construcción de una obra como Inmovilidad? ¿Es la metáfora de algún tema que en lo personal tenías que atender? 

APA – Cuando era niño —en Tonalá, Jalisco— mis padres me compraron un juguete tradicional, una de esas escaleras de madera en las que pones un monigote que va descendiendo mientras se embona en cada peldaño. Me puse a jugar alegremente con el aparato. De pronto, noté que en el restaurante de enfrente, un carpintero había puesto una escalera para arreglar el letrero. Yo hice que mi muñeco subiera los peldaños a escala y, justo en ese momento, el hombre también subió. Dejé al monigote en la cima unos instantes y el hombre permaneció la misma cantidad de tiempo arriba. Cuando solté mi figura, también el ser humano descendió. Así estuve varios minutos, en sincronía con el tipo. Pensé que mis acciones afectaban de forma directa la realidad. Entonces tuve una idea siniestra, se me ocurrió hacer que mi humanoide cayera de las escaleras; enseguida, el carpintero también se desplomó, soltó un grito incluso por el golpe en la espalda. Yo concluí que mi juguete estaba maldito, que era un objeto agorero y que yo, junto con aquel mecanismo endemoniado, habíamos provocado el accidente. Con el tiempo comprendí, por supuesto, que fue sólo una coincidencia; pero siempre me quedé con una cierta convicción de que los juguetes tal vez sí son objetos mágicos, con capacidades paranormales, con un mundo interior desconocido, inquietante. Por ello nace mi obsesión con los juguetes, que hasta la fecha sigo coleccionando y tratando de comprender.

RDG – De acuerdo con Donald W. Winnicott, los niños crean objetos de transición, que ocupan un espacio que representa «un lugar seguro» (mantas, peluches, juguetes…), y que al mismo tiempo, tienden «puentes» hacia la realidad, hacia «los otros», insertando poco a poco al niño en el mundo que lo rodea, volviendo al objeto en cuestión, algo valioso e insustituible. En los personajes de Inmovilidad ¿qué representa el juguete? ¿Es la evidencia de una pureza perdida? ¿Es ese «lugar seguro» que se anhela cuando nos enfrentamos al miedo, a la angustia?

APA – En nuestros juegos y juguetes se manifiesta lo mejor de nosotros: la compasión que nos impulsa a salvar a una persona en peligro, nuestras ganas de derrotar a los malvados y castigar sus villanías, nuestro arrojo para superar tribulaciones, etc.; pero también en nuestros juegos se manifiesta lo peor de nosotros: nuestro impulso de hacer pedazos a los demás, de ir a toda velocidad en un auto e impactarnos contra un muro, nuestro deseo de cometer actos sexuales indecibles, ahí nacen los miedos que no nos permitirán cumplir nuestros anhelos o nos mantendrán inmóviles durante décadas. El juego es el ensayo de nuestros vicios y virtudes del futuro. Así de importantes, de determinantes son los juguetes. Para los personajes de mi libro, los juguetes son una muestra de que una fuerza más grande, más impredecible y azarosa también nos manipula a nosotros, también juega con nuestro destino.

RDG – E. L. Doctorow decía que la ficción fomenta el concepto de comunidad y «reparte el sufrimiento». ¿Para qué cree Alejandro Paniagua que sirve la ficción?

APA – La ficción sirve para transfigurarse, para desfigurar la realidad, para alterar de una forma concreta el tiempo, el espacio, la materia. Me explico, yo soy budista y creo que todas esas historias (sobre deidades iracundas, seres iluminados y maestros del dharma que tienen la capacidad de atravesar paredes, volar o adivinar el futuro), en fin, todas esas ficciones han revolucionado mi mundo, me han permitido entender que lo posible es más amplio de lo que pensaba, que la realidad es más maleable de lo que sospechamos. La ficción tiene algo de sagrado; tanto, que muchas ficciones las terminamos convirtiendo en ideologías, religiones, obras de arte, mecanismos de sanación o literatura.