Prohibición

Por Rodrigo Díaz Guerrero, José María Moreno, y Bernardo Moreno

Intentando averiguar cuál es la prohibición primigenia en las sociedades primitivas, nos topamos con Tótem y Tabú de Freud. La hipótesis a la que llega el padre del psicoanálisis está determinada por el conflicto fundamental del ser humano entre deseo y prohibición, suponiendo que tiene un mismo origen el totemismo (tótem es la figura que representa a un clan o tribu) y la exogamia (prohibición a la unión sexual entre individuos del clan). 

Freud intenta dar una explicación al tabú del incesto, que llevándonos por sus interpretaciones es posiblemente la prohibición primigenia a la que queríamos llegar. La hipótesis, a grandes rasgos, es que al comienzo existió un padre violento y celoso que expulsó a todos sus hijos para quedarse con las mujeres, los hermanos confundidos entre sentimientos de admiración y odio hacia el padre, decidieron matarlo a golpes –satisfaciendo el odio– después comerlo –haciendo propia en carne y hueso la identidad con el padre. Al concluir, les sobrevino el arrepentimiento y el cariño por lo que renegaron del acto. 

El tótem reemplazó al padre como figura y quedó prohibido el incesto. Hoy en día hay debates acerca de actos que son ilegales a pesar de derechos constitucionales que los sobrepasan: como fumar marihuana, amparado en el derecho al libre desarrollo de la personalidad; la prohibición de la eutanasia y el derecho a morir con dignidad; o el aborto y el derecho de la mujer a decidir sobre su cuerpo. Aquí les dejamos algunas recomendaciones pertinentes sobre el tema.

La casa de Jack, Lars Von Trier, 2018

La última producción cinematográfica del controversial director danés –a través de la cual se reconcilió con Cannes– resulta, muy probablemente, una de las reflexiones más personales del autor que, en los últimos años, y por lo cual fue exiliado del renombrado festival de cine de la palma de oro, vive de la polémica. Jack, el protagonista –atribulado por una personalidad egotista, neurótica y, decididamente psicótica–, le recuenta a Virgilio –siempre inmutable– cinco incidentes tomados al azar de su carrera como ingeniero y arquitecto en ciernes. La película está plagada de los temas que ahora sabemos, sin lugar a dudas, saturan la mente de su creador: el arte como una manifestación sobrehumana –en el sentido de una valoración ética más allá del mal, aunque afortunadamente cercanísima al bien, representado como último recurso por el guía de los infiernos–; la obsesión por crear algo hermoso e inabarcable que no se fundamente sobre materia alguna –lo que lleva al protagonista a compararse con hombres aberrantes, aunque cierta y lamentablemente trascendentes–; y el infortunio de saberse superior en sensibilidad –él, como Sade, pregona con el ejemplo que sólo está prohibido prohibir– pero a la vez odioso y abiertamente despreciable. Una obra que sólo un misógino irredento y misántropo universal podría haber imaginado.

Justine o los infortunios de la virtud, Marqués de Sade, 1791

Hablar en la literatura sobre la censura y la prohibición es pensar inevitablemente en el Marqués de Sade, ícono de la sexualidad conducida hacia la perversión, hacia el placer sensual derivado del dolor ajeno. Es históricamente reconocido por escandalizar a la sociedad por sus irreverentes y libertinas ideas y también, aunque en menor medida, conocido por sus conocimientos económicos, filosóficos y políticos. En su primera novela, Justine, una hermosa joven se ve sacudida por tribulaciones innobles: violaciones, robos, torturas; y a pesar de ello, su convicción por el camino de la virtud es absoluto. Una novela cuya tesis es expuesta desde el primer párrafo de la obra: si habláramos de filosofía ideal, contemplaríamos dos aspectos, primero, considerar a Dios como creador del género humano; y segundo, reconocer los fines que él ha dictado para el hombre. No se necesitaría nada más, pues con base en esto solamente, el hombre sería capaz de establecer reglas de conducta para orientarse en el camino de la vida. Pero uno podría preguntarse: “¿Qué pasaría si, conforme el hombre recorre ese camino, comprobara que cada una de las reglas estuviera equivocada? ¿Qué tal si esas reglas suyas (…) lo llevaran por entre zarzales y espinos, en tanto que los hombres que las desobedecieran caminaran felices sobre pétalos de rosas?”. 

Chico Buarque, 1979

Antes de la colonización de África, y particularmente en Angola, la gente se juntaba a festejar haciendo música y bailando. Al ser llevados como esclavos a Brasil, continuaron a escondidas sus tradiciones y nació la samba junto con la capoeira como símbolos de identidad y más tarde como forma de lucha en contra del racismo y en pro de la igualdad. Tras lograrse la abolición de la esclavitud y la independencia de Brasil a finales del siglo XIX se prohibió la samba, inclusive se arrestaban a personas que cargaran algún instrumento. Poco a poco la estigmatización fue cediendo y la samba como identidad cultural ganó. Hacia mediados del siglo pasado con la instauración del régimen totalitario militar, la samba volvió a ser un recurso y una forma de resistencia para muchos. Algunos artistas como Chico Buarque fueron perseguidos y encarcelados, algunos muchos otros desaparecidos y fusilados. Algunas canciones de Chico Buarque –“a pesar de vocé”, “Cálice” y “Construção” entre otras– se convirtieron en canciones populares en contra de la dictadura, la explotación obrera y la opresión. Una forma de denuncia. Hoy en día la samba es mundialmente reconocida, pero aún mantiene sus raíces y son comunes las rodas de samba donde en círculo la gente se junta para tocar y cantar improvisadamente, como se lleva haciendo por cientos de años.