Por Rodrigo Díaz Guerrero
Alejandro Mejía (CDMX, 1981) es un artista que radica en San Miguel de Allende desde hace seis años, su obra es un interesante diálogo entre la gráfica, la escultura y la instalación. Licenciado en Artes Plásticas por parte de la reconocida Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado “La Esmeralda”, ha participado en diversas exposiciones dentro de territorio nacional y en Orleans, Francia y Venecia, Italia, por mencionar algunos ejemplos. Sus piezas son un desafío en términos de la percepción, que nos remiten fácilmente a las geometrías fundamentales, a estructuras biológicas, así como a tecnologías insospechadas; movimiento, percepción, espacio, puntos de fuga infinitos que provocan un mareo estético —si se me permite la expresión— se fusionan en un trabajo donde la técnica y la limpieza son aspectos imprescindibles.
Platiqué con él acerca de los quehaceres del arte y de su rol en la docencia, charla que con gusto aquí te comparto:
RDG: Hay muchas formas de definir y de abordar el arte, pero una que me parece innegable es su función como medio o vehículo de exploración. Un artista se conmueve, reflexiona y provoca con su trabajo. ¿Qué explora Alejandro Mejía, qué pretende encontrar con el ejercicio artístico?
AM: El arte es el nicho en donde he logrado pensar y asociar libremente todos mis intereses, haciendo de lado por un momento el estrés por la supervivencia, me permite hacer, pensar, cuestionar, encontrar, perderme, vagar, sentir, elucubrar, probar, mostrar, retroalimentar, replantear e incluso vivir con y a pesar ello. Me encuentro en el ejercicio creativo, no creo descubrir nada fundamental o relevante para los demás, pero al mostrarme íntegramente como alguien que funciona en la sociedad —pero que también se permite experimentar y pensar a través de los objetos y las imágenes— tal vez también encuentro en el arte un sentido de pertenencia con los demás. Mis influencias surgen de variados ámbitos, mucho de la lectura en ciencia, literatura, música, cine; pero definitivamente hay un interés en primer lugar de leer mi propia relación con la realidad, comprender o acercarme a mi sensibilidad y a partir de ello reflejarme en cada pieza, descubrirme como entidad de mi tiempo y circunstancias para tener un punto de contraste con la situación actual.
RDG: A unos días de conmemorar el día del maestro, ¿nos puedes compartir algo de tu trayectoria como docente?
AM: Desde antes de salir de la carrera ya daba clases a particulares, pero comencé en el ámbito público en las preparatorias de la CDMX en 2008 y de ahí no he parado. Desde clases de taller hasta de teoría, como Dibujo, Pintura, Escultura, Grabado, Materiales, Teoría del color, Técnicas y procedimientos, Composición avanzada, Pensamiento creativo, Historia y Teoría del arte. Actualmente me encuentro impartiendo clase en dos universidades: el Instituto Allende y el Instituto Tecnológico Sanmiguelense, además de un taller de Dibujo en la Biblioteca pública.
RDG: En palabras de Louis Michel —una educadora y combatiente en la Comuna de París (1871) — «la tarea de los maestros, esos soldados oscuros de la civilización, es dar al pueblo los medios intelectuales para rebelarse», ¿Puede y/o debe ser el arte un medio para rebelarse?
AM: Es un medio de reflexión y ello puede llevarte a una contraposición con el estado o con nociones establecidas, pero no es inherente a la rebelión, más bien al cuestionamiento constante, en tanto se adopte como vía de pensamiento contemporáneo, del presente y del contexto en el que nos desenvolvemos. El arte comunica y ahí radica también cierta responsabilidad con lo que se dice, por lo que no debe ser tomado a la ligera y vale la pena entrar con seriedad al estudio de la expresividad y sus repercusiones personales y del círculo social inmediato; tomando un rol activo en el desarrollo humano y no sólo como productor de artículos de decoración. La rebelión en todo caso parte del hecho de reconocer nuestra práctica como relevante y también, desde la cultura, modelar las necesidades de una comunidad, estado o país.